Jaku: Tranquilidad.

La lluvia golpea en los cristales pidiendo asilo. Dentro, el pitido de la tetera anuncia que acaba de llegar al clímax. Fuera ha caído la noche y el interior apenas queda iluminado por una lámpara de falda de flecos un poco antigua. Una figura brota de su crisálida de mantas y retira del fuego el agua a la que añade unas flores amarillas y encogidas. Pronto, la habitación se inunda del aroma de la manzanilla y los pétalos de la camomila han ocupado todo el espacio que el filtro les permite. Otras hierbas despliegan su perfume alrededor de la estancia y la persona, indescifrable bajo la chaqueta de largas mangas, se acomoda con su taza en el gran sillón de orejas.

Cierra los ojos y en sus oídos retumba el tic-tac del reloj de cuco. Suspira. Todo va tan rápido… Necesita más tiempo para adaptarse a los cambios, no comprende la carrera frenética que la mayoría tienen por vida; no entiende porqué no paran a disfrutar de esos pequeños momentos de silencio consigo mismos. Da un sorbo a la bebida caliente que acomoda su espíritu y lo acuna con mimo.

Apenas es necesario un segundo para que todo cambie. En un instante se dice “te quiero”, “te odio”, “me gustas”; se da un beso, se anuncia una muerte, se pierde la última respiración; cambia todo. Puede ser el comienzo de algo o el final apoteósico de mil formas distintas. Pero luego se necesita tiempo y sosiego para incorporar esas variaciones al propio ser. Hay que parar, reposar y digerir la novedad. Suspira. A sus pies se tumba un cánido largo, pesado y mayor con un pelo suave que se mezcla con la alfombra.

Acerca la taza a sus labios y bebe. La lluvia cae, aunque en su mente es solo un recuerdo lejano. El vapor caliente de la infusión le empaña el puente de la nariz y mira el tatuaje de henna ya medio borrado de su brazo, el cual reza: JAKU

Autora: Ángela Ramos, Para la Compañía del té.


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