Primer paso: el respeto.

A vivir se aprende.

También a querer, a jugar, a hablar… Incluso a olvidar. No siempre se aprende con palabras, o en medio de un tumulto de emociones. A veces, el aprendizaje se lleva a cabo en silencio, con paz y delicadeza.

El respeto, indudablemente, se aprende. Se inculca en la tierna infancia: respeto a los mayores, a los padres, los abuelos, los desconocidos, los amigos, los amigos, los amores… ¿y a uno mismo? Pareciera que, entre tantos a quien respetar, uno se olvida de sí mismo. Qué gran error.

El respeto es algo más que palabras formales, un gesto solemne o buenos modales. El respeto es el conocimiento del valor del otro, de uno mismo. Respetar es aceptar, comprender, no truncar jamás nuestra propia esencia. Significa libertad. Si hay respeto, hay paz. Si hay paz, hay armonía. Y, si hay armonía, hay pureza.

Carmen Mariana Muñoz Cotarello

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